El síndrome del capitán Ahab o cómo perseguir insensatamente una meta

Todos en alguna ocasión han oído hablar de Moby Dick, la ballena blanca.Quizá también sabrán que se trata de una de las mejores novelas del s. XIX. Muy pocos deben haberla leído. El mismísimo Dr. sipmac no lo ha hecho, sólo dispone de unas cuantas referencias: que es una novela llena de alegoría y simbolismo, que desde los nombres hasta las situaciones, la Biblia es una fuente o un punto de referencia directo, cuando no lo es Shakespeare.Que uno de los mensajes de la novela es que la pelea del hombre contra las fuerzas de la naturaleza es una de tigre con burro amarrado.

En fin, sip espera algún día poder hacer un verdadero ensayo sobre la novela. Mientras tanto abordará el tema que lo hace escribir a estas horas de la vida: sip no puede dejar de pensar en el capitán Ahab y el arquetipo que representa, tan real como el del Quijote. Si el Quijote es el idealista extremo, Ahab lo es también a su manera. De otra forma no abandonaría cualquier vestigio de pragmatismo para enfocarse en una sola cosa: vengarse de la ballena que le quitó la pierna, embarcándose en una persecución en la que cualquiera necesidad queda subordinada muy por debajo de la meta final. Un patrón de conducta que podríamos llamar "el síndrome del capitán Ahab".

¿A quienes afecta? Pues a todos. Dr. sipmac debería estar durmiendo; sin embargo, más puede su deseo de terminar su post que la necesidad de llegar temprano a trabajar. Incluso, quizá con la mente más despejada, en otro horario, lo que escribiese resultaría mejor ahora. En otras palabras, la relación costo-beneficio salta por la borda.

En la ficción es un tema recurrente. En el cine, versiones estilizadas del mismo tema de la búsqueda a toda costa, más allá de la sensatez, se exhibieron bajo el nombre de "El Halcón Maltés", "El Tesoro de la Sierra Madre", "Aguirre o la ira de Dios", o incluso la quizá injustamente devaluada "Projecto de la Bruja de Blair"., entre muchas otras En ellas subyace el leitmotiv de una búsqueda, quizá inocente al principio, hasta que vemos abiertas de par en par las puertas de la insania. Al final, los héroes se ven en peligro de muerte, sin recursos, famélicos, y a punto de perder la chaveta.

Se dice que Lucky Luciano, pensando en la relación costo-beneficio, concluyó que si hubiera sabido lo difícil que era amasar una fortuna con el crimen, se hubiera dedicado a hacer una legal desde el principio. Pablo Escobar le contó a Germán Castro Caicedo que él había logrado ser lo que siempre había querido ser: un bandido. Uno terminó abatido a tiros en un tejado, otro murió manejando su imperio desde un exilio dorado. Miles de muertos detrás de los dos.

La veleta de los argumentos ondea de un lado para otro y esta vez apunta a una pregunta que deben hacerse los latinoamericanos: ¿por muy efectivo que sea el caudillismo, vale la pena sacrificar la institucionalidad , el orden y la legalidad de una nación? Un símil no muy inexacto es la fallida expedición polar de 1897 comandada por S.A. Andrée. Este creyó haber inventado un globo dirigible y estaba seguro de poder sobrevolar el Polo Norte en uno. Sin verdadera información de primera mano sobre los vientos, el clima, el terreno y sobre todo conocimientos reales sobre globos de hidrógeno; y bajo la presión de una opinión pública, un nacionalismo mal entendido y unos calenturientos sueños de gloria; los expedicionarios, y sobre todo Andrée fueron a encontrar una muerte horrible en el Ártico.

Otro ejemplo: Para los ambientalistas más radicales, todos somos Ahab, pues estamos destruyendo insensatamente el planteta, nuestras emisiones de CO2 están calentando el planeta. Mientras tanto, los que conocemos el Climategate nos preguntamos si los Ahab-mbientalistas saben realmente de la catástrofe económica, y por ende social que se avecinaría si se adoptaran las medidas draconianas que proponen para solucionar un problema que a falta de auténtica evidencia, no existe. Todos queremos agua pura y aire puro. Lo que no queremos son mentiras.

En fin, ésta obsesión de actuar sin medir las consecuencias es el pan de cada día. ¿sabremos reconocer los destructivos síntomas del capitán Ahab en nosotros mismos?
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