Serie Ídolos de Barro III: Chao Güevara — en su propia voz.

Una camiseta del Ché que sí me gusta
“Tengo una remera del Ché y no sé por qué”, es un estribillo que ya lleva algún tiempo con nosotros, lastimosamente menos de los 44 años que la leyenda del Ché Revolucionario lleva con nosotros. Debemos agradecerlo a la generación que vivió en vivo y en directo la década del sesenta y que está ya próxima a ingresar al asilo.

Mientras Fidel Castro negoció una inmortalidad más terrena, Ernesto Guevara se transó por una más efectiva, porque ido su patrón de este mundo (y condenándolo por fin la historia), seguirá siendo imposible acabar con el aura de santo secular que envuelve al arquetipo de guerrillero, con la máquina de medios de comunicación conspirando para que siga así.

Quizá, como a tantos que pasaron a la historia, podría tener un amor a la humanidad en abstracto, que nunca se reflejó sobre nadie. Ejemplos:

- “Si los misiles hubieran permanecido (en Cuba), los hubiéramos utilizado contra el propio corazón de los EE.UU., incluyendo a la ciudad de Nueva York. La victoria del socialismo bien vale millones de víctimas en una guerra atómica.”
Realmente sediento de sangre
Con esta perla podría cerrar mi caso (fue la que me impulsó a escribir, por cierto), el de demostrar la psicopatía e insania de un personaje que no merece ningún tipo de reconocimiento ni homenajes sino escarnio. Pero no, aun hay más:

- “Las pruebas judiciales son un arcaico detalle burgués.”

Lo que le da el contexto correcto a la era del paredón en Cuba. De acuerdo con “El Libro Negro del Comunismo”, hacia 1964 los fusilamientos habían llegado a alrededor de 10.000. “Yo no necesito pruebas para ejecutar a un hombre”, espetó el Che a un subalterno judicial en 1959. “¡Sólo necesito una prueba de que es necesario ejecutarlo!”

Cualquiera diría que es un revolucionario en acción. Si, eso es ser revolucionario, el negocio del revolucionario es la muerte. Sobre el clima mental del revolucionario:

- “Odio como factor de lucha”, “Odio que es intransigente”, “Odio tan violento que impulsa a un ser humano más allá de sus limitaciones naturales, convirtiéndolo en violenta y fría máquina de matar.”

Nada mal para alguien que en alguna ocasión firmó sus escritos como “Stalin II”. Así se entiende mucho mejor cómo funcionan las guerrillas latinoamericanas. Y para alguien considerado como heroico y aguerrido, nada como el relato de una de sus víctimas Tony Chao:

El último día de su vida, Tony había recibido una carta de su madre en la cárcel. “Mi querido hijo”, le aconsejó ella. “¿Con qué frecuencia te advertí que no te involucraras en estas cosas? Pero yo sabía que mis súplicas eran en vano. Siempre exigiste tu libertad Tony, desde que eras un niño. Así que yo sabía que nunca aceptarías el comunismo. Bueno, Castro y el Che finalmente te capturaron. Hijo, te amo con todo mi corazón. Mi vida ahora está destrozada y nunca será la misma, pero lo único que te queda ahora, Tony... es morir como un hombre.”

Vaya si Tony Chao murió como un hombre. Después de una brutal golpiza comandó su propia ejecución.

Cuando el Ché fue finalmente capturado en Bolivia (y ejecutado sin fórmula de juicio, de la misma forma que hizo con miles de cubanos), dijo:

- “¡No disparen! Soy el Ché. ¡Valgo más vivo que muerto!”

La izquierda de todo el mundo, que ganó un mártir (dudoso) y un poster-boy del guerrillero, revolucionario y luchador social (y una mina de plata), difiere.
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