Gabinetología, esa práctica detestable.

Uno no necesita ser uribista furibundo para apreciar que en ocho años apenas haya habido rotación en los ministerios, so pena incluso de haberse tenido que aguantar unos francamente mediocres por el mismo lapso de tiempo. Se había terminado el cuentecito de que "los ministros son fusibles del presidente", y lo que era mejor, aquel deporte no tan exclusivo de los periodistas y los políticos que es el de hacer cábalas y especulaciones acerca de quiénes entrarían al gabinete de ministros; la tan mentada gabinetología.

Pero de la misma manera que no podía ser para siempre el trámite de pasaportes en horas (ahora se tira el trámite unos ocho días hábiles), pues aquella época dorada no podía aguantar al regresar la crema y nata bogotana al poder. Y como para darle más gusto a quienes tienen que derrochar ríos de tinta y torrentes de píxeles, tenemos el añadido de los ministerios resucitados (Ambiente, Salud y Justicia).
La gabinetología no es exclusiva de ministerios, claro que en gobiernos departamentales y locales la intriga se desarrolla con no menos fuerza que a nivel ministerial. Pero el gran juego que era oir, mirar y leer notas de prensa relacionadas con la gabinetología había quedado relegado. Ahora que regresa, también regresan las evocaciones de la obra garciamarquiana por excelencia, "Cien Años de Soledad", en la que los gallinazos encorbatados, es decir, los abogados bogotanos aparecían amanecidos en los cafetines de la ciudad, después de estar hasta altas horas con el presidente de la República, dilucidando que fue lo que quiso decir el presidente cuando dijo que sí, y qué fue lo que quiso decir el presidente cuando quiso decir que no.

Es que es una práctica arraigada en el inconsciente colectivo colombiano y si creen que no causaba molestias para quienes se veían arrastrados por semejante disciplina, que lea también "El Coronel No Tiene Quien le Escriba", donde le explicarán como los cambios en los ministerios y las demás corporaciones públicas eran la forma principal en que se manifestaba la desidia gubernamental que dilataba y enredaba el trámite y pago de las pensiones de los veteranos de la guerra civil, una burla cruel, una puntilla a la ingenuidad de quienes más que gobernados, eran ignorados desde la remota capital.

No importan los halagos que el gobierno reciba de la prensa extranjera y nacional (que parece haber convenientemente olvidado el por qué Juan Manuel Santos en vez de ser elegido presidente debía responder política y penalmente por los "falsos positivos", de los cuales ya muy poco se sabe), la sensación de retroceso es innegable.


Por lo que muy poco me importa quien ocupe la cartera de lo que sea. Es sólo un movimiento burocrático para satisfacer apetitos políticos.

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