Mi Legado
Cuando llegué aquí, éste era un sitio bonito, brillante y agradable. La envidia de los que sabemos. Durante mi mejor momento, el sitio paradójicamente desperdició algo más de veinte años en una inaudita involución, en los que todo lo bello, lo brillante y lo agradable se deformó. ¿Para siempre? Eso no lo sé. Lo que sabe todo el mundo ahora es de que nada se puede hacer sin componendas y trapisondas; es el imperio del "cómo voy yo ahí", siempre en busca del "polvo grande", tal como dirían otros más "apergaminados" que yo (pero iguales a mí).
Que no quepa la menor duda: si no hubiera sido yo, alguien más hubiera hecho lo mismo.
Durante mi égida tutelar los de arriba aprendieron que no importaba que se supieran las travesuras, o que los juristas perdieran el tiempo armando shows mediáticos que nunca llegaban a nada; lo inadmisible sí que era que se truncaran los planes. Y los de abajo, más vale pájaro en mano, que mil promesas volando.
Por eso mis ahora coterráneos caminan por andenes irregulares y transitan en calles con losas hundidas, cuarteadas y con cráteres. Asimilaron la cotidianidad de éstas y tantas otras cosas que les parecen normales y que no lo son para nada. ¿Para siempre? Eso no lo sé.
Que no quepa la menor duda: no sólo hay poderosos contentos conmigo, también los hay humildes; y son muchísimos.
Ahora el sitio que me dió todo, hasta cambió de tratamiento. Ya no es una señorita, ahora es una reina. Poco importa que las vecinas también lo sean. En esta tierra no importa que se prodiguen los tratamientos especiales hasta que se vuelven comunes y corrientes. Todos quieren sentirse especiales aunque no lo sean. Por eso aquí cualquiera es doctor...
Y sí que es especial mi sitio, es como una niña todavía hasta el cuello en la inmundicia, pero tiene senos de silicona. Sin duda me golpeó el que mi imperio se desmoronara un poco al final, pero nunca podrán negar mi legado.
Que no quepa la menor duda: les guste o no, mi legado tiene tantas cosas buenas como malas. Las podrán cambiar todas, pero no las podrán juzgar.
Que no quepa la menor duda: si no hubiera sido yo, alguien más hubiera hecho lo mismo.
Durante mi égida tutelar los de arriba aprendieron que no importaba que se supieran las travesuras, o que los juristas perdieran el tiempo armando shows mediáticos que nunca llegaban a nada; lo inadmisible sí que era que se truncaran los planes. Y los de abajo, más vale pájaro en mano, que mil promesas volando.
Por eso mis ahora coterráneos caminan por andenes irregulares y transitan en calles con losas hundidas, cuarteadas y con cráteres. Asimilaron la cotidianidad de éstas y tantas otras cosas que les parecen normales y que no lo son para nada. ¿Para siempre? Eso no lo sé.
Que no quepa la menor duda: no sólo hay poderosos contentos conmigo, también los hay humildes; y son muchísimos.
Ahora el sitio que me dió todo, hasta cambió de tratamiento. Ya no es una señorita, ahora es una reina. Poco importa que las vecinas también lo sean. En esta tierra no importa que se prodiguen los tratamientos especiales hasta que se vuelven comunes y corrientes. Todos quieren sentirse especiales aunque no lo sean. Por eso aquí cualquiera es doctor...
Y sí que es especial mi sitio, es como una niña todavía hasta el cuello en la inmundicia, pero tiene senos de silicona. Sin duda me golpeó el que mi imperio se desmoronara un poco al final, pero nunca podrán negar mi legado.
Que no quepa la menor duda: les guste o no, mi legado tiene tantas cosas buenas como malas. Las podrán cambiar todas, pero no las podrán juzgar.
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