Televisión colombiana: de la era de la caja mágica a la del entretenimiento descerebrado en pantalla plana

La lucha por el rating ha existido desde que existieron los medios de comunicación. Incluso cuando sólo había un canal de televisión. Sí, un solo canal, visto en televisores en blanco y negro, con una resolución fatal, y del tamaño de un ultraplano de los de ahora, pero con la dimensión adicional de la profundidad. Así era la caja mágica.

En aquellos bucólicos días, se consideraba al televisor como poco menos que una panacea (tal como se le ve ahora al computador y a la Internet, ¿no les parece?). Nuestra Intelligentsia creía que bastaba con un televisor por salón, ahora es un computador por estudiante. En aquella época se ofrecía el estudiar primaria por televisión y el bachillerato por radio, con lo que el estado se desentendería rápidamente de su deber de brindar educación a su población. Por algún lado debe quedar el registro de los pocos que completaron el bachillerato por radio (Radio Sutatenza), pero no hay forma de saber si alguien terminó la primaria por televisión.

En cuanto al valor de entretenimiento, pues, qué les puedo decir… cuando no tienes con qué comparar, simplemente lo poco que tienes te puede parecer genial. Es cierto que la mayoría de programas (para no decir todos), se realizaban con un presupuesto casi inexistente, pero lo que abundaba eran las ganas de quienes la hacían. Eran los tiempos en que meter una vaca viva en el estudio era una proeza igual a la de estirar los cables para transmitir Animalandia afuera de éste.

Como proeza era traer una serie extranjera, sobre todo estadounidense. No se engañen, se usaba la expresión “logro del pueblo colombiano”. Pasaban la película, pasaban la serie, y la gente no entendía por qué no pasaban más capítulos de los “Ángeles de Charlie”, o del “Hombre Nuclear” o por qué se acabó tan rápido la comedia “Fish”. El concepto de una serie cancelada a los trece capítulos o que no fuera renovada después de la primera temporada era tan insólito… como ininteligibles resultaban para el colombiano promedio “Maude”, “The Jeffersons” y “All in the Family” (mejor conocida como “Mi Familia”), sobre todo cuando Archie Bunker no estaba insultando a sus congéneres.
Lo que no entiendo ni entenderé es por qué nos pasamos tanto tiempo de ésta forma tan chichipata, con un solo canal, televisión en blanco y negro, programas de bajísimo presupuesto. Mentira, lo que pasa es que nadie se ha puesto a dilucidarlo en voz alta (¿Será que es así?). La razón fue que teníamos en aquel entonces (y tenemos ahora) una concepción del medio televisivo, digna de Corea del Norte. El espectro electromagnético pertenece a la nación desde siempre por derecho constitucional, y éste es el que otorga concesiones y licencias, previo llenado de requisitos y certificación de idoneidad.

Por este tipo de mentalidad, cuando apareció el primer intento de canal privado (el extrañamente olvidado Teletigre), éste acabado a punta de envidia política. Claro está, de otra forma nunca hubiera aparecido el canal 2 de la televisión colombiana. Con ésta misma mentalidad, nuestro nunca bien ponderado ex presidente Belisario Betancur, regionalista a morir, convencido de que gobernar era favorecer a unos y hacer que se mordieran los codos de la envidia los otros, decidido a convertir a Antioquia en pionera de todo, otorgó la licencia del primer canal regional, como si con uno solo bastara. Tuvieron que imponerse de nuevo las tradicionales vías de hecho para que pudiera concebirse la idea de un canal regional para la costa atlántica. Y luego otro para la zona pacífica. Y otro para la zona cafetera.

Y es que el estado siempre anduvo rezagado con la tecnología. Pasamos de la señal en blanco y negro a la de color, simplemente porque se había vuelto muy difícil conseguir repuestos para los viejos armatostes con los que se emitía. Ninguna consideración sobre si podía ser más atractivo para los televidentes ver a los Dukes de Hazard en color. Para no ir más lejos, actualmente junto con Panamá, somos los únicos países que escogieron en Latinoamérica el sistema europeo de televisión digital de alta definición (¡ni siquiera Venezuela despreció en esto a Estados Unidos!). Y ésta es la hora en que no disponemos de un satélite de comunicaciones propio, seguimos dependiendo de otros y de nuestro sistema de antenas repetidoras.
La misma mentalidad estatista permeaba a la primera generación de artistas, la cual duró unos buenos treinta años al aire, al punto de que llegaron a pensar que el medio televisivo lo tenían escriturado por derecho divino. Claro, imagínense lo que es aparecer día tras día, semana tras semana, mes tras mes y año tras año con regularidad: terminas por creer que te lo deben todo. Hasta la seguridad social. Si era cierto que pagaban tres pesos a nuestros artistas por todo lo que hacían, ellos a su vez se quedaron esperando imprudentemente una solución de los políticos y del estado en vez de cotizar su propia seguridad social o guardar más para después.

Era tanto el sentido de “derecho adquirido”, que estuvo a punto de ser aprobada (o fue aprobada, no puedo recordar bien) una inverosímil ley con la que se pretendía limitar el ingreso de artistas extranjeros a la televisión colombiana, porque debían rendir antes que nada, un examen de idoneidad ante tres jurados colombianos.

La renovación se había hecho indispensable, y la posibilidad de exportar, no sólo importar, era una realidad, por lo que sucedió algo completamente previsible: una generación formada en el teatro y el radioteatro veía cómo era desplazada por una “recua” de aparecidos sin talento, reclutados de los centros comerciales, las agencias de modelos y – glub - los reinados de belleza. Hoy la gente reconoce en pantalla a la gran actriz de carácter Margarita Rosa de Francisco, pero ya no recuerda a la ex virreina nacional de la belleza Margarita Rosa de Francisco Baquero y el tierrero que se armó cuando fue contratada para presentar uno de los noticieros más influyentes del país, con evidentes mayores ganas que preparación efectiva. Claro está, la inolvidable Mencha se formó sobre la marcha, terminando por convertirse en la diva que pondría las cosas calientes, disputándose el centro de atención con Amparo Grisales, quien ya tenía una eternidad de aparecer en TV.

La ecuación cara bonita = estrellato de televisión se impuso, no sólo a pesar de la reticencia de los actores y actrices veteranos, sino de nuestra crítica televisiva nacional, para quienes el referente a seguir no era ni siquiera la televisión francesa, sino el cine francés. Es difícil de creer, pero las críticas destilaban (y en cierta forma no lo han dejado) cierta lánguida inconformidad porque nuestras telenovelas no se parecían más a lo que hacían los galos en el celuloide, o las telenovelas brasileñas, en su defecto.
Acostumbrados a como habíamos estado, de ver adaptaciones de Balzac en formato telenovelero (¡Papá Goriot!) y buena parte del boom latinoamericano también (Gracias por el fuego), hace treinta años los colombianos no podíamos concebir una televisión dedicada al entretenimiento descerebrado, como la que tenemos ahora.

No puedo culpar ni señalar injustamente a aquella generación por querer convertir (a como diera lugar) a la caja mágica en un medio trascendental, pero esto no iba a poder ser por mucho más tiempo. Porque a este invento, a lo largo del mundo libre, no le gusta prestarse de a mucho para cosas serias, y porque la competencia lo hace nivelarse por lo bajo. A la televisión gusta ser grosera y sucia; así como decir mentiras, sobre todo porque la gente piensa que si lo vio en televisión, entonces debe ser verdad. Tanto es así, que la onda de lo políticamente correcto (una forma de disfrazar la realidad con palabras que no reflejan la verdad) ha vuelto ridículas a las series de época.

Paradójicamente, seguimos necesitando de la competencia para que nuestro medio evolucione. De la misma forma que le hizo daño esa eternización de nuestras figuras primigenias (y que echamos de menos, no nos digamos mentiras), también perjudicó a todos el que no se desarrollara el concepto de temporadas acá. Las telenovelas y demás programas tendrán que tener en cuenta a Internet de ahora en adelante, y a una nueva generación de videntes que emerge con un muy corto período de atención. O resignarse en repetir la misma fórmula hasta que su público cautivo termine de envejecer y fallezca.

Otro ejemplo: Los musicales se volvieron redundantes en la era de You Tube (Y aun sin poder advertir o anticipar esto, Jorge Barón se fue a la selva a hacer conciertos, salvando inadvertidamente su espacio emblema en el ínterin). Los concursos se volvieron realities. Y los noticieros, de todo como en botica. Extrañamente, a estos últimos no ha aparecido algo que cuestione su tonta hegemonía y los haga volverse noticieros otra vez. El que escuche radio y luego vea televisión, sabrá que el tratamiento de las noticias (de lo que no lo es), varía del cielo a la tierra de un medio a otro.

La creatividad, la originalidad y las ganas de antes fueron desplazadas por el dinero y los recursos, sin que se hayan presentado avances. Sólo la competencia de otros medios podrá lograr que nuestra pantalla plana y descerebrada se pellizque.

No se puede tener todo, ni siquiera en la era de internet.
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Comentarios

  1. A mí algunos remakes me gustan bastante, por ejemplo el de Los Angeles de Charlie, las películas son muy entretenidas, especialmente el personaje que hace Drew Barrymore que además de ser buena actriz le da mucha personalidad a la película.

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