Historias de Taxi
Por Paul Maršić
Lamento haber hecho alusión a la canción de Arjona, pero para quedar mal con todo el mundo, acabo de dejar el link del video. Y es que no hay otro título para el post de hoy; me dí cuenta que Dr. sipmac también echa sus historias de taxi también, así que me dije "¿por que yo no también?" Ajá, todo el mundo tiene sus historias de taxi. Aquí voy yo:
Los precursores de Uribe

Un rato de toqueteo para no pagar la carrera

El movimiento trivial más importante de su vida
Un señor bogotano estuvo tomándose unos tragos el viernes por la noche con sus compañeros de oficina, y cuando ya se hizo lo suficientemente tarde como para ganarse el regaño de su señora, decidió tomar un taxi. Se despidió de sus compañeros y el carro partió. El pasajero estaba sentado detrás del chofer y conversaban muy tranquilos. El señor bogotano contó que a pesar de estar bajo el efecto de los vapores del alcohol, de repente sintió cierta inquietud y se calmó un poco al cambiarse de extremo en el asiento trasero. Inadvertidamente, en una intersección otro conductor irresponsable se voló la escuadra y embistió el taxi con buena velocidad; el impacto mató instantáneamente al chofer y el pasajero sobrevivió sin heridas de consideración.
Otra borrachera de viernes en la noche, un poco más costosa
Era sábado en la madrugada, el taxista estaba terminando su turno nocturno cuando fue embestido por un SUV; el "zapatico" quedó como una tortuga caparazón arriba, y su conductor permanecía ileso. Algún colega alcanzó a tomar las placas del infractor y ayudó a enderezar el carro. De alguna forma se las ingeniaron para localizar a partir de las placas la identidad del conductor sin denunciarlo a la policía y se presentaron a su casa. Primero salió la mujer hecha una birria, regresó un poco a la realidad e hizo que bajara el marido, que apenas despertaba sin haber conseguido dormir toda la borrachera. Unas cuantas palabras, y los nuevos ricos arreglaron por las buenas, sobre todo después de saber que no habían sido denunciados (pero podían serlo). Asustados lo suficiente como para darse a la fuga, a pesar de la borrachera y a pesar de que bien podían haber dejado una víctima fatal; pero lo suficientemente tranquilos como para llegar a la casa e intentar dormir la borrachera.
El premio mayor: conservar la vida (I)
El muchacho iba caminando desprevenidamente antes de subir al puente. Llevaba el grueso de la quincena en la billetera y sintió sólo que se aproximaban tres sombras que lo atenazaron. Un filo en el costado del cuello le impidió decir algo. Le decían "NO TE MUEVAS" mientras buscaban en sus bolsillos. Casi sin mediar palabra se dispersaron sin haber cumplido su cometido. Debido al susto no había reparado en que un taxista les gritaba a los hampones y éstos decidieron perderse de vista. Sin pensarlo dos veces, el muchacho atravesó corriendo la calle y se montó en el taxi. "Sácame de aquí", le dijo.
El premio mayor: conservar la vida (II)
El muchacho encendió un cigarrillo con mano temblorosa, y empezó a hablar con voz entrecortada y sin poder hilvanar bien las ideas; en el cuello tenía una pequeña herida y sangraba. No paraba de darle las gracias al chofer. El taxista le contó esta historia, que inverosímilmente lo calmó: no hacía mucho tiempo, cuatro tipos se montaron en el carro, lo redujeron y lo metieron en el baúl del carro. Mientras tanto, los maleantes se dedicaron a atracar a cuantos pudieron en el trayecto. Estaban ya en las afueras de la ciudad, y habían parado en donde seguro iba a ser asesinado, cuando se armó inesperadamente una disputa por el botín. Los distrajo tanto que sucedió lo inesperado: llegó la policía, lo que los obligó a dispersarse. Un minuto después, fue abierto el baúl y sacado de ahí. Ni el muchacho perdió su dinero, ni el taxista su carro, pero esto era lo de menos, de lejos.
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