1984: Sesenta y Dos años de publicado, y la profecía se sigue cumpliendo

La Guerra es la Paz
La Libertad es la Esclavitud
La Ignorancia es la Fuerza

Isaías 5:20 “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!”

George Orwell es más que 1984, aunque en sus ensayos, en los cuales hacía una sincera apología por el uso simple, correcto y directo del lenguaje se leen entre líneas buena parte de las ideas y conceptos que terminaría volcando en su obra cumbre. El escritor inglés pensaba que la política se corrompía de la misma forma que se permitía la corrupción de su discurso.

Como profeta pocos: anticipó el advenimiento de la neolengua, es decir, el uso del discurso políticamente correcto, que contiene en sí mismo el único pensamiento ortodoxo y admisible, haciendo cualquier concepto o palabra que reemplace, impensable e indecible, so pena de ser estigmatizado o vaporizado, es decir, excluido por completo. El crimental existe.

Esta es la empresa habitual de un régimen totalitario del cual, no nos engañemos, cada grupo o grupúsculo de ambos lados del espectro ideológico se la pasa aportando lo suyo para que la pesadilla orwelliana se haga realidad. ¿Alguien puede acaso establecer alguna diferencia entre actividad militar cinética y guerra (Obama)? ¿O la diferencia entre técnicas mejoradas de interrogación y tortura (Bush)? ¿Ya saben a qué me refiero?

Cogitationis poena nemo patitu: con el pensamiento no se delinque. Es obvio entonces que para Orwell era repulsivo el concepto cristiano de pecado, y de que no hubiera para la religión cristiana diferencia entre los pensamientos y las acciones, porque es el crimen mental (crimental) lo que hace a Winston Smith culpable desde el principio de la historia, cuando empieza a escribir su fútil diario, así no hubiera cometido ningún acto visible de rebeldía contra el Partido y el Gran Hermano.

Con una diferencia: para Winston no hay redención; sólo le espera un balazo en la nuca y su vaporización (desaparición) eterna del registro de los hombres, sin posteridad que lo reivindique. En esta religión terrena el odio al Gran Hermano es convertido bajo tortura en amor; al hereje ni siquiera se le deja disfrutar de su herejía una vez cae en manos de la “policía negra” (en palabras de Chesterton), una Policía del Pensamiento que recuerda mucho al clero.

Eso sin mencionar toda la tecnología que lleva cada vez con más fuerza a nuestra privacidad e intimidad a la extinción (¡Facebook y Twitter te vigilan!). Lo ridículo es la ingenuidad y la facilidad con que la gente está dispuesta a deshacerse de ellas a cambio de nada.

Para Orwell, la libertad empieza en la cabeza, luego con poder decir lo obvio, que dos y dos son cuatro y luego destruyendo las jerarquías. No hay para él ninguna élite de iluminados con derecho a gobernar perpetuamente “por nuestro propio bien”; por despreciables e ignorantes que sean los proletarios, tienen derecho a decidir por sí mismos.


Esa sí es una distopía de la que quisiera despertar...
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