El Ascensor: reducto del elitismo.

Demasiado cerca de la humanidad...
Por obligación, a quienes viven o trabajan en edificios con ascensor, les toca hacinarse con regularidad en un cubículo que les ahorra el trabajo de subir o bajar escaleras. La proximidad de unos con otros produce una incomodidad que hace que la percepción del tiempo de permanencia en estas cajas se haga mayor de lo que realmente es, por lo que los usuarios instintivamente buscan evadir de alguna manera dicha incomodidad.

Dicho esto, para mí no deja de ser desagradable la popular costumbre de atender llamadas en el ascensor, como si no pudieran terminarla o empezarla fuera de él. El tiempo de presumir de que se tenía celular (que fue lo que originó esta modita bellaca), pasó ya hace mucho tiempo: todos tenemos celular y no tenemos porqué ostentarlo.

Ah, pero es que no todos tenemos Blackberry. Entonces los que no se tiran el corto espacio de tiempo del ascensor en una vana conversación, tienen que ponerse al día con sus redes sociales mientras suben o bajan, como si tampoco pudieran esperar un poco. Y sí, todos tenemos que saber que tienen plan de datos para estar siempre conectados.

Es extraño también, que en un espacio tan pequeño las diferencias sociales sigan y que por esto algunas personas se tornen invisibles para otras a pesar de la incómoda cercanía que impone el elevador. Una vez iba bajando cuando dos contratistas del estado colombiano iban hablando de sus negocios y de cómo a ellos no les servía recibir un contrato de “apenas” 5.000 milloncitos de pesos, lo de ellos era de 20.000, 30.000 o 40.000 millones. En esas fue cuando repararon en mi presencia y se callaron enseguida. Claro que el daño estaba hecho, y ya sabían que tan despreciables eran ellos para mí sin necesidad de decirles una sola palabra.

Pero no todo estaba perdido, los inefables contratistas todavía tenían algo de vergüenza.

El elitismo no para ahí. En algunos aparatos, no se sube o baja al primer piso, se llega al “lobby”, como si no existiera en español la palabra vestíbulo. Ni que decir del empresario que tiene la necesidad de un ascensor privado para no tener que mezclarse con sus empleados.

Será por eso que hay a quienes les gusta pedorrearse en los ascensores, para recordarles a quienes están ahí que son todos iguales: compañeros de infortunio.

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