El nocivo legado de Baltasar Garzón
“Los jueces hablan a través de sus sentencias.” El sobrio principio de derecho fue arrojado por la borda, especialmente a través del comportamiento de un solo individuo: Baltasar Garzón. Su permanente llamado a que los jueces adquirieran mayor protagonismo será cada vez más lamentado, a medida que las consecuencias de su nefasta convocatoria vayan desvirtuando aún más la administración de justicia.
Ningún periodista corretea a los electricistas, los plomeros y los carpinteros para que den declaraciones antes, durante y después de su más reciente contrato; de la misma forma se procedía con los jueces, a pesar de las repercusiones públicas de sus actuaciones. El poder judicial de esta forma, mantenía cierta distancia característica que lo distinguía del legislativo y del ejecutivo. La razón más práctica de esto es que una sola palabra equívoca que salga de la boca de quien va a dictar sentencia, puede contaminar irremisible ésta. El juez juzga, pero no puede ni debe prejuzgar.
Tanto es así, que el mercenario entrenador de sicarios y paramilitares Yair Klein no pudo ser extraditado por una sola declaración irresponsable del entonces vicepresidente de la República, Francisco Santos; la cual fue aprovechada hábilmente por los defensores del oscuro personaje, argumentando que Klein no tenía una sola posibilidad de un juicio justo en Colombia. Comparen esto ahora con la recurrente actuación de funcionarios públicos tales como la Fiscal General de la Nación, de la cual no se considera completa su gestión si no concede con regularidad declaraciones y se somete a entrevistas. O magistrados que fallan en contra de militares juzgados, y sus sentencias se ven torpemente empañadas por el filtro de una anterior participación en debates electorales y una militancia abierta en partidos de izquierda, caracterizados comúnmente por su abierta animadversión (justificada o no) a los militares.
Es imposible pensar en justicia imparcial cuando aparecen indicios de ideología política en la trayectoria de quienes la imparten.
Todo esto lleva la impronta de Baltasar Garzón, a quien muchos respetan y admiran, y le pueden perdonar una y otra vez su vanidad y ganas de figurar, ya que éste tomó al toro por los cuernos (sorry, antitaurinos) judicializando al dictador Pinochet y desempolvando los crímenes franquistas de la Guerra Civil Española, aun cuando el sustento legal de sus actuaciones fuera al menos controvertible y su talante, controversial.
Sin duda el narcoterrorismo, que diezmó con sevicia y crueldad al poder judicial, nos hizo dar vuelta y reconocer la valiente labor de los jueces (y periodistas, y políticos) que prefirieron la inmolación antes que claudicar ante su poder barbárico. Esta nueva notoriedad, originada por la deuda de gratitud contraída por la sociedad, se les subió a la cabeza a algunos, pensando que podría ser cobrada en las urnas. Alfonso Valdivieso, José Gregorio Hernández, Carlos Gaviria y Jaime Araújo Rentería son apenas algunos de aquellos que pasaron de participar en la administración de justicia a ingresar a la política, contaminando y desvirtuando irreversiblemente sus actuaciones como jueces, fiscales y magistrados.
Baltasar Garzón tampoco fue inmune a esto, aunque su frustrada carrera política sin duda fue el catalizador de sus polémicas actuaciones posteriores, ya convencido que las instancias judiciales eran el ambiente propicio para sus espectaculares acciones, ya que en el poder legislativo tenía que pasar a través de centenares de colegas, mientras que como juez paradójicamente podía actuar sin restricciones, como un dictador.
Arbitraria y prevaricadoramente.
Comentarios
Publicar un comentario
Di lo que quieras. Esto es Internet.